Con su anatomía rotunda e impactante el Cristo de Santa Teresa, no deja indiferente a ningún visitante. Su expresión cautivadora ha calado en las almas de todos los que se acercan a él y son invitados a orarle.
Tanto, que Santa Teresa de Jesús se rindió a sus pies, convirtiéndolo en la imagen más venerada por la Santa.
La talla descansa desde finales del siglo XV en la capilla de Santo Cristo del Real Monasterio de Santo Tomás.
Con motivo del 500 Aniversario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, la orden de los dominicos deciden homenajear a la Santa restaurando la talla que tanto la consoló durante su estancia en la capital abulense.
Pero el Cristo de Santa Teresa escondía mucho más que esa cautivadora impresión inicial.
Tras un ligero vistazo, los restauradores afirmaban que la talla no era común. Debió ser producto de unas manos maestras. De un escultor de altísimo nivel y potencia emocional. Observando, fueron encontrando coincidencias artísticas y técnicas con otra imagen de gran relevancia escultórica: el Cristo de la Cartuja de Miraflores de Burgos, obra del insigne maestro del siglo XV de Siloé. La cabeza en ambas imágenes presentan una misma tipología en el cabello, sin volumen y en finos haces con suaves ondulaciones.
Ambas imágenes presentan un arranque de corona en tonos verdes e imitando ramas leñosas, tortuosas y con grandes espinas que penetran en el Cráneo. Nariz alargada, recta y afilada hacia abajo, alejada del tipo semiótico. Los ojos se dibujan en el globo ocular de la mitad hacia arriba quedando la parte inferior en línea recta. Éstas son sólo algunas de las muchas similitudes que fueron describiendo los restauradores entre los dos Cristos.
Es conocido por todos el apoyo constante de los dominicos a Santa Teresa y el alto grado de consideración en que tuvo siempre ella a la Orden de Santo Domingo.
La Capilla del Santo Cristo, dentro de la iglesia del Real Monasterio de Santo Tomás, tiene una especial idiosincrasia y una importancia tanto religiosa como artística muy determinada.
Sin duda, era el lugar preferido de la Santa tras sus caminatas desde la Encarnación y de hecho fue escenario de sus visiones más reveladoras.
La imagen del Crucificado de Siloé, expuesta en su capilla desde los orígenes del convento, no sólo era frecuentada por los frailes sino que parece que desde el principio movía devoción a todo aquel que se acercaba a ella. Teresa de Jesús buscaba el recogimiento de esta capilla y en ella recibía consejo y se confesaba habitualmente con los padres predicadores.
Ya hemos hablado anteriormente de la importancia que alcanzó el Santo Cristo como lugar de peregrinación, cuando en 1501, apenas cuatro o cinco años después de colocarse la imagen, ya se ofrecían indulgencias a todo aquel que visitara el Crucifijo de esta capilla.
Se trata por tanto de un hallazgo de inconmensurable valor artístico, histórico y religioso. Por un lado. El Cristo de Santa Teresa ya reposa con los tratamientos y cuidados que merece.
Ahora, además, conocemos el origen y significado de la imagen más venerada de Teresa de Jesús para que miles de fieles de todo el mundo puedan admirar su grandiosidad.
“He aprendido más a los pies del crucifijo que estudiando en los libros”. Santo Tomás de Aquino.
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